Me desvié más allá de un dozen coches hacia el cruce. Es un cruce complicado, un cruce en pata de perro a través de una carretera con bastante tráfico, en el que tienes que mirar hacia atrás por encima del hombro izquierdo para ver si viene alguien al salir. No suele haber tanto tráfico; normalmente espero a que haya uno o dos coches delante y luego giro. Pero, por alguna razón, hoy está un poco atestado y no me importa esperar, así que me voy hacia delante.
Me acerco a la parte delantera y sale el primer coche. Tomo una decisión en una fracción de segundo. Puedo ver recto y a la derecha (la vista fácil) y está despejado. En algún lugar de mi subconsciente, me digo que si él se ha retirado, es probable que yo le siga justo detrás, siempre y cuando esté lo suficientemente cerca para poder pasar por el mismo hueco en el tráfico que ellos han considerado que está bien. Así que voy a por ello.
Sólo que, para empezar, se habían acercado demasiado. A mitad de camino, me doy cuenta de que han salido haciendo que los coches de la carretera A reduzcan la velocidad para evitarlos. Y yo he salido justo detrás de él. Comienza la emisión aguda de gases intestinales y el grito ahogado de la palabrota dentro de mi casco.
Afortunadamente, los demás conductores tomaron medidas evasivas (gracias, gracias, gracias, os quiero a todos) y logramos cruzar el cruce sin más contratiempos.
Pero ni 5 segundos después, estoy siguiendo a ese mismo coche por la carretera cuando otro coche se pone delante de él desde un depósito de madera, frenándonos a los dos. Un nanosegundo después, estoy reduciendo una marcha. He registrado el trazado de la carretera, he visto el cruce, los peligros, las marcas viales, pero por alguna razón no importa. Ya sabes lo que se siente: eres uno con la moto y esos cabrones se interponen en tu camino. Todavía tienes la adrenalina a tope por el último incidente y estás en modo de huida, y mientras esperabas ponerte en marcha y poner distancia entre tú y el lugar donde habías hecho el ridículo, otro imbécil (en ese momento no me valía otra palabra) se ha interpuesto en mi camino. Necesitaba sacarlos de mi vida y eso implica que estén en mis espejos retrovisores - pronto. Así que fui a por ello.
Sólo que me doy cuenta de que, al pasar a toda velocidad, el coche de delante tiene puesto el intermitente derecho y estoy atravesando a martillazos su carril de giro a la derecha. Hmm. Regla nº 1 de la guía del idiota para no morir en moto: no adelantes a conductores dozy lentos que giran a la derecha. O quizá la regla nº 1 es no ser un imbécil impaciente adelantando donde no debes. Sí, probablemente sea cierto. Exasperantemente.
Afortunadamente, es muy lento y se queda fuera de su carril de giro a la derecha demasiado tiempo, lo que significa que estoy despejado y bien pasado en el momento en que maniobra. Uf toma 2.
Así que retrocedí, respiré hondo, solté el acelerador y reflexioné. Me di cuenta de que me había comportado como un niño tonto y que un tipo de 46 años no debería comportarse así en una moto. Y menos cuando le encantaría convertirse en un tipo de 47 años en moto. De repente, me doy cuenta de que he sido un poco idiota e inmediatamente empiezo a intentar averiguar por qué.
Rápidamente me doy cuenta de dos cosas. En primer lugar, parece que estoy más nervioso de lo normal. Estoy un poco disociado de lo que ocurre y todo parece suceder más deprisa. En segundo lugar, así es como me pongo cuando he tomado demasiada cafeína. Y ese día había tomado unas 6 ó 7 tazas en el trabajo (lo sé, es chocante, ¿verdad?).
No es algo que me hubiera planteado antes:
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Conducción bajo los efectos del alcohol - considerada/rechazada
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Conducción de drogas - considerada/rechazada
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Montar a caballo cubierto de gelatina y helado cubierto de desnudos, azafatas ninfómanas - considerado/todavía en consideración.
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No se tiene en cuenta la cafeína.
Lo cual es, supongo, particularmente aterrador e insidioso. Me sentí más o menos normal. Me subí a la moto, pero corrí riesgos que normalmente no asumiría y conduje como un idiota. Una teta peligrosa con 300 kg de Rocket III. Sólo después de hacer un montón de maniobras tontas me di cuenta de que era como un resorte en espiral. Estaba tenso, haciendo juicios precipitados, juicios impacientes (vale, más impaciente de lo normal) y todo ello conspiró para convertirme en un peligro. Al fin y al cabo, compré la Rocket después de años con motos deportivas para que me ayudara a tomarme las cosas con más calma. Entonces, después de tanta cafeína, me encuentro pilotando con el gatillo en el pelo.
Así que eso es algo que voy a añadir a mi cada vez más larga lista de cosas que no debería hacer. Y probablemente será una de las primeras porque, como ya sabrás o no, lo más probable es que a lo largo de tu carrera motociclista estés a punto de fallar unas cuantas veces. Y mantener una visión clara y sin cafeína del mundo puede significar la diferencia entre aparcar tu moto en casa o convertirte en una mancha carmesí en la A631 hacia Holmfirth. En mi caso, sí.
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